Durante El reinado de Isabel II (1833 - 1868) se desarrolló en Europa el proceso de evolución liberal. Al igual que en gran parte de Europa Occidental, en la primera mitad del siglo XIX se destruyeron definitivamente las formas económicas, las estructuras sociales y el poder absoluto que habían caracterizado al Antiguo Régimen.
El período empezó con una dilatada guerra civil entre carlistas (absolutistas) e isabelinos (liberales) debido al conflicto dinástico sobre la sucesión al trono que se inició a la muerte de Fernando VII. El triunfo de los liberales hizo posible la transformación de la antigua monarquía absoluta en una monarquía constitucional y parlamentaria; la conversión de la propiedad señorial en propiedad privada y el asentamiento de la libertad de contratación, de industria y el comercio. Una nueva clase dirigente, la burguesía agraria, surgida de la alianza entre la antigua nobleza terrateniente y la nueva burguesía, controló el sistema político mediante el sufragio censitario y estableció un orden jurídico y económico que permitió el desarrollo del capitalismo.
Pero una serie de problemas dificultaron la consolidación de un sistema político parlamentario verdaderamente representativo. El favoritismo de la reina hacia los moderados distorsionó la alternancia en el poder y a menudo el cambio de partido gobernante no fue el resultado de unas elecciones sino de un pronunciamiento militar o revuelta militar. Además, el sufragio censitario y la manipulación de las elecciones dejaban el sistema político en manos de una minoría de propietarios y de las distintas camarillas políticas.
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